No se cansan nunca, trabajan las 24 horas del día sin detenerse para comer ni descansar, son eficientes como una máquina y puntuales como un reloj, no piden aumentos de sueldo y jamás harán una huelga. El único inconveniente es que no son de carne y hueso, sino de metal y cables. Pero con unos trabajadores así de disciplinados, ¿quién quiere empleados humanos?
Corren malos tiempos para los trabajadores por los recortes salariales y las reducciones de plantilla que ha traído la crisis. Una nueva «revolución industrial» ya viene de Asia, concretamente de Japón, uno de los países más avanzados y tecnológicos del mundo y pionero en la robótica.
Mucho antes de que el pintor checo Josef Capek acuñara la palabra «robot» en 1920 y su hermano Karel la introdujera en la obra teatral de ciencia ficción «R.U.R.», en el siglo XVII unas muñecas mecánicas ataviadas con kimonos portaban bandejas de té en el imperio del Sol Naciente.
Uno de los más populares es Asimo, un robot creado por Honda que parece un astronauta, mide 130 centímetros, pesa 54 kilos y es capaz de hablar y correr.
Desde entonces, los investigadores nipones han avanzado hacia modelos cada vez más sofisticados y útiles. Además de su extendida utilización en las fábricas de Japón, donde ya funcionan la mitad de los 800.000 robots industriales del mundo, hay una gran demanda de humanoides «para solucionar problemas medioambientales, encargarse de la seguridad y atender a los ancianos en el futuro», explica Satoshi Tadokoro, experto en robótica y presidente de la Universidad de Tohoku.
En los últimos tiempos, el Gobierno nipón ha invertido 7.600 millones de yenes (69 millones de euros) en desarrollar robots domésticos, pero todavía son poco prácticos y caros.
En algunos hogares ya se han instalado sistemas electrónicos como HRS-I. Desarrollado por la empresa Marubeni en colaboración con la Universidad de Tokio, dicha máquina vigila mediante sensores las funciones vitales de los mayores (electrocardiograma, temperatura) y envía los datos al ordenador o móvil de un médico o un familiar.
«Queremos crear robots que sean útiles para la vida cotidiana», se ha propuesto el vicepresidente de Toyota, Katsuaki Watanabe. El Ministerio de Industria nipón calcula que la industria domótica crecerá hasta los 56.000 millones de euros en 2025, aunque de momento se ha centrado más en productos de entretenimiento que en tareas domésticas.
En Fukuoka, al sur del archipiélago nipón, TMSUK comercializa una niñera robot de 140 centímetros capaz de llamar a los críos por su nombre y mostrar en una pantalla mensajes enviados por sus padres.
Mientras tanto, en Corea del Sur unos robots dotados con cámaras y armados con lanzagranadas vigilan la frontera con el Norte. Gracias a una inversión de 1.580 millones de won (960.000 euros), 29 robots profesores han enseñado inglés en los colegios de Daegu. Uno de ellos era Engkey, con forma de huevo blanco y una pantalla que mostraba el avatar de una mujer caucásica. Sin embargo, quien lo controlaba a distancia era un maestro de inglés en Filipinas, donde los profesores son más baratos que los anglosajones.
Y, en China, los camareros del restaurante Dalu de Jinan (provincia de Shandong) son una docena de robots de colores que sirven los platos y amenizan a los comensales cantando y bailando. En Xián, otro robot ayuda a los arqueólogos entrando en tumbas selladas del yacimiento de los guerreros de terracota, donde ya ha encontrado un fresco pintado hace 1.300 años gracias a sus cámaras infrarrojos para moverse en la oscuridad y sus sensores de temperatura y humedad.
Según Satoshi Tadokoro, «los robots no podrán nunca reemplazar a los humanos ni desarrollar tareas demasiados complejas», pero ya falta menos para que, como en «Blade Runner», los androides sueñen con ovejas eléctricas.
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